Pasados por agua

Fue una semana muy dura. Chiapas, Veracruz y Oaxaca tuvieron a bien convertirse en zonas lacustres. Lo malo es que la gente no tiene vocación de cocodrilo, ni de pejelagarto, así que la cuestión es una desgracia. Cientos de miles desplazados, miles de casas destruidas, millones de pesos de caminos y puentes se fueron al diablo.
Y la lluvia que no deja de caer.
Saltan a la mente todas estas cuestiones del calentamiento global, de si estamos pagando nuestras propias porquerías con el medio ambiente, de si los polos van a acabar derritiéndose.
Algo me dice, sin embargo, que no vamos a resultar tan perdidos como en Nueva Orleans. Bien que mal, aquí cualquiera agarra un anafre, se pone a pescar y hace una sopita. Aquí la gente se colgaba de cuerdas para desafiar a los ríos, con tal de ir a ver si su tía estaba bien.
Sin exagerar, sacaron en la televisión a unas personas que venían desde Tijuana, para buscar a sus parientes en ese caos. Estúpido, pero solidario y lleno de amor.
Los que murieron con el huracán en Estados Unidos fueron viejitos y enfermos, sobre todo. Cuesta trabajo pensar que uno evacuara su ciudad sin acordarse de pasar por el abuelito, aunque estuviera en un asilo. O por el pariente enfermo, en el hospital.
Mucho de lo que pasó allá es que el personal de los asilos se largó sin más, dejando a viejitos sin su medicina, y lo que les alcanzara de comida. Ellos qué. Pero los parientes tampoco llegaron.
Este país tiene muchas enfermedades sociales: corrupción, dejadez, ignorancia, pobreza, pero en Estados Unidos tienen un cáncer de deshumanización impresionante. Ojalá nos curemos de lo nuestro, antes de que nos llegue todo lo que afecta al vecino.