Porque tengo boca

En México existe un dicho muy viejo, lo sé porque alguna vez se lo escuché a mi abuela, quien nació en 1896. "Hablas por que tienes boca", es una manera bastante gandalla de reprimir la opinión de algún interlocutor, implicando que todo lo que dice le viene tan natural e irreflexivamente como respirar o ir al baño. Es decir, que sale por la boca porque el individuo en cuestión tiene lengua y cuerdas vocales, no necesariamente conectadas con el cerebro, o por lo menos con la corteza exterior y el lóbulo frontal, responsables más directos de lo que llamamos inteligencia y a veces alma.
Viéndolo de esa manera, no es raro que usemos esa línea de pensamiento para descalificar todo lo que va contra nuestras creencias, o incluso algunas palabras que coinciden con nosotros, pero que no nos da la gana de respaldar.
Por eso me adelanto. Hablo porque tengo boca, porque me da la gana, porque lo necesito y me hace falta. Decir las cosas es terminarlas de crear, y quién no quiere darse un rozón con la divinidad. Cuando nombramos las cosas las recordamos, pasan al plano de la conciencia, no se hunden en el olvido. No es raro por ello que recordamos más las cosas de la infancia al momento en que podemos articular palabras para acompañar las imágenes.
Y tampoco el hecho de que la mejor fórmula para recordar un sueño (si no hay pluma a la mano) es permitirse un momento para contártelo con palabras. Cuando lo haces, no lo olvidas, lo ataste con el ancla del lenguaje y le impediste esfumarse en el abismo de tu subconciente.
También por eso hay que contar la realidad. Para que no se olvide ni se esfume. Para que quede en nuestra conciencia colectiva para siempre.

Así es que estas Cartas Mexicanas vienen para clavarle un pie en el piso a la realidad. Para irrumpir descaradamente en tu mente y que te quedes con un par de frases. Si puedo torcer de esta manera tu visión del mundo, habré cumplido mi necesidad.

Espero lo comprendas, no me puedo quedar sin decirlo.